En
su libro "Ligero de Equipaje", Carlos Vallés cuenta que Anthony de
Mello había aconsejado durante años: "¡Cambien! Cambien aunque sólo sea por
el gusto de cambiar. Mientras no tengan una razón fuerte y positiva para no
cambiar, ¡Cambien! Cambiar es desarrollarse y cambiar es vivir; por eso, si
quieren seguir viviendo, sigan cambiando."
Y de repente
cambió de opinión y comenzó a aconsejar lo contrario: "No cambien. Ámense a
ustedes mismos tal como son, y el cambio ya tendrá lugar por sí mismo, cuando
lo quiera y si lo quiere. Déjense en paz."
Tony de Mello
comenzó a objetar al cambio porque se dio cuenta que lo que nos mueve a querer
cambiarnos a nosotros mismos es la falta de tolerancia, y es ese mismo estado
de intolerancia lo que impide el cambio. La resistencia que oponemos a nuestra
odiada tendencia, sólo sirve para reforzarla.
Es primavera y el
verano se acerca. Todos los años es el tiempo de "la gran
intolerancia" con nuestro cuerpo, si está gordo o si está flaco. La
delgadez ya no es ninguna garantía de tolerancia, porque el problema no es
tanto el cuerpo y su tamaño sino, más que nada, nuestros hábitos de crítica y
autocrítica.
Muchas de
nosotras podemos recordar aquellos tiempos cuando, aún estando flacas nos
veíamos gordas; y si luego juntamos kilos de más, nos viene la pregunta:
"¿No será que de tanto verme gorda, a la gordura, la estuve llamando? :
Gordura ¡Veeeeeeen!"
Nos comemos la
intolerancia lo mismo que el enojo. La intolerancia nos engorda.
La pelea nunca nos permitirá bajar de peso y mantenerlo, ni
manejar nuestra ansiedad por la comida, porque somos mucho más que un cuerpo y
un número en la balanza. Y en palabras del mismo Tony: "Dejamos de pelearnos y aceptamos la realidad como el pájaro
acepta sus alas: para volar".
Elena B. Werba