A partir de ahora, esta sexalescencia, que tiene por eje el
desarrollo de un nuevo proyecto, extenso, exigente de energía, me demanda la
siguiente resolución:
Mi yoga todos los días. Verifico que si dejo pasar un solo
día sin algo de yoga, mi cuerpo abandona el placer en el movimiento y la
postura, además de abandonar la posibilidad de quietud durante la meditación.
Se transforma entonces en un “arrastrar un estado” cercano al aguante.
Verifico que, relacionado con la luz, a las 18 no tengo ya
ganas de nada. Aún a modo de “resolución flexible”, me resulta clararísimo que
necesito obligarme a hacer, al menos, aquello que me ofrece la menor
resistencia. Si sólo hago en las horas de luz, mi proyecto irá menos diez,
siempre atrasado, sin posibilidad de concreciones efectivas; y ya sé que la
falta de ésas concreciones puede significar la sensación de una aridez, un
transitar mi vida sobre lija, una falta de oxígeno absolutamente insoportable.
Verifico que el caudal de energía también está relacionado
con la cantidad de comida, y que algunas comidas y bebidas, por su tipo,
también afectan mi energía. Ni qué decir del alcohol, aunque sea media copa.
Así que, para esas comidas y bebidas, necesito seleccionar muy bien los
momentos.
Y lo más importante: lo que más hace desaparecer mi energía
es olvidarme de limitar, en mi cabeza, los desórdenes o asuntos difíciles de
mis afectos. Siempre con sorpresa verifico que cuanto más limito el rumeo, la
cháchara, más “oro” se viene mi energía, incluso, por supuesto, para hacer lo
adecuado con mis afectos en situación de necesidad.
Que tu energía sea de oro en este domingo con cielo de plata,
Elena