¿Qué significa unirse, a qué apunta la idea de hacerlo
juntos? Sin plantear esta pregunta, la consigna de unidad puede ser riesgosa.
Esto no solo es así en los emprendimientos sociales, sino también en las
experiencias íntimas. Porque “nosotros” no es un punto de partida sino
un
punto de llegada: El punto en el que se encuentran un yo y un tú que
se han identificado y aceptado como tales. Es decir, como diferentes. El
filósofo Sam Keen plantea en su clásico ensayo “Fuego en el cuerpo” la
necesidad de hacerse periódicamente (y sobre todo en situaciones críticas) dos
preguntas: ¿hacia dónde voy? y ¿quién me acompaña? Keen advierte que es
necesario mantener el orden de las preguntas. Invertirlo origina serios
problemas.
Al obviar estas preguntas,
tanto en el plano de las relaciones privadas e íntimas como en el de las
sociales y públicas, se corre el peligro de caer en la fusión, en la
simbiosis, en el sometimiento, en la dependencia. Todos estos conceptos
aletean alrededor de palabras como juntos o unidos, al punto en que con
frecuencia se confunden y se llega a usarlos como sinónimos. Si no se analiza para
qué estar juntos y de qué manera unirse, es posible que sólo se arribe
a la decepción. Y poco después al descreimiento. Así naufragan apasionados
enamoramientos en el orden personal y grandes propuestas en la experiencia
social e histórica.
Una vez que se acuerda una meta, la unión que conduzca a ella será
más rica a medida que se alimente de mayor diversidad. Por eso, tanto en una pareja, como en cualquier tipo de
asociación (deportiva, comercial, cultural, empresarial, política, familiar,
etcétera) no hay que temer al disenso ni al tiempo que tome alcanzar el
acuerdo acerca de la dirección a tomar y las razones de esa dirección.
Cuanto más claro esté esto, mayor capacidad habrá de integrar la diversidad y
beneficiarse de ella. Tzvetan Todorov, filósofo y lingüista búlgaro
nacionalizado francés, uno de los más lúcidos y sólidos intelectuales de este
tiempo, pone como ejemplo una experiencia lingüística que deja en claro esta
cuestión. En su trabajo El espíritu de la Ilustración, señala: "(En
Europa) en lugar de adoptar una lengua universal, cada grupo habla la suya. La
existencia de una lengua de comunicación internacional como es hoy en día el
inglés, en absoluto suprime la lengua de cada país". Se puede participar de una
comunidad, y de sus propósitos, sin abandonar la singularidad. Mantener
la diferencia en la unidad y la identidad en la diversidad. Ése es el gran
desafío, la gran apuesta de toda experiencia humana que aspire a la
trascendencia: Un todo que sea más que la suma de las partes y que al mismo
tiempo honre y mejore a esas partes. Para que palabras como juntos o
unidos no sean simples invocaciones a la magia, más que pronunciarlas es
preciso conjugarlas.
Adaptado de un escrito de Sergio Sinay
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