La totalidad de lo que soy, de cómo soy, es mi energía. Y mi
masa corporal está en relación directamente proporcional a mi energía.
La energía que tengo y la energía que me alimenta van
conformando mi masa.
La comida, los pensamientos, las emociones, lo que percibo, sean impresiones auditivas, visuales, olfativas, táctiles o gustativas: son
energía. El aire también me alimenta. Es energía.
Mis pensamientos y emociones son productos de mi manera de
interpretar. Así pues, puedo considerar a mi manera de interpretar como uno de
los laboratorios creadores de mi energía.
Acostumbrada a considerar sólo a la comida como responsable
de mis kilos de más y a la actividad física como contrapeso del exceso, este
panorama ampliado acerca de mi masa en relación a mi energía me coloca en otra
dirección: lo invisible.
Lo que soy es invisible.
Lo que soy cambia, se transforma, y aún a mis ojos puede
seguir siendo invisible. Aunque es cierta e inexorablemente visible para mi
masa numéricamente mensurable en el peso corporal.
El peso corporal: los vaivenes del número. Cuando asciende tengo dos opciones:
infierno o comprensión.
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