martes, 9 de enero de 2018

Misericordia

Como un fuerte magneto, veo en mí un poder que restringe mi andar. Lo veo en la impotencia cuando de hacer orden se trata: basura en los cajones, en la compu, en el placard; y digo “mañana”… “tal día”… y la cosa sigue desordenada.
Me afecta. Y me afecta especialmente el tema “cuerpo”. Tres o cuatro kilos de más… eternos… fastidiosos… parece que necesarios por lo insistentes y resistentes. Si lo miro desde otra óptica, son kilos “negociados”: el hipotético riesgo al ir creando mi vida, esta vida “independiente” que llevo desde hace quince años, fue y sigue siendo concretada mientras voy adquiriendo aquella confianza en la sincrónica Abundancia que va trayendo el testimonio asegurador del devenir. Es obvio que el miedo, aunque imaginario, puede hacer pagar su precio exigiendo envergadura, un “territorio” que ocupe más espacio. Y los años, y las hormonas, y la Ley que implica que un astro se agranda en su madurez antes de achicarse en su vejez… Todo ésto me ocurre. La verdad, parece que el universo ha querido que de nada natural me privara, no sea cosa que con eso me privara de algún aprendizaje.
Muy pronto estaré a dos años de los sesenta. Cada día es tánto y tán bueno: lo claro resplandece como el sol, que en este momento del año nace justo delante de mi ventana, y que hago de cuenta que me mira ni bien termina de asomar y luce su redondez de oro. Lo oscuro sigue siendo desafío de percatación y de aceptación. Me sirve recordar lo que me contaron fue lo último que dijo san Francisco antes de morir: “Señor, aquí estoy con mis miserias”. ¡Uau! ¡Él consideraba que tenía miserias!... ¡Qué estímulo para aceptar las mías! ¡Qué tema saber que así será mientras viva!: Luz y oscuridad, inseparables compañeras.
Me gusta el origen de la palabra “misericordia”: miseri-cordia = cordial con las miserias; y cordial viene de “corazón”. Poner el corazón… amar/comprender/aceptar mi oscuridad y así la de otros. Uau y mil veces uau… ¡Qué bendición cuando ocurre! Creo que a ésto muchas personas lo llaman “el descenso de la gracia”. Yo lo vivo como un ascenso… algo que sube, que emerge, y se hace consciente.

    

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